Ellos lo son todo. Mis hijos me salvan del abismo interior y apagan el deseo de oscuridad permanente. Ellos lo son todo. Por ellos tengo que vivir y debo vivir. Consigo ser mejor madre, mejor persona. Que no noten ni una sola de mis sombras. Que no vuelvan a sentir mis lágrimas. No siempre logro mi objetivo. Pero es cinco de enero, y sigo en pie, a pesar de todo.
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Enero de 2020 me lo trajo a él. Y he cambiado. Y en cada una de mis células está su nombre grabado a fuego, como un tatuaje invisible que solo percibo yo. No es que deba entenderme nadie. El corazón tiene sus propias razones o eso dicen. Entró en mí y me barrió el dolor, al princicipio. Y siguió entrando en mí, cada noche, varias veces. Me llenaba. Me completaba. No dejaba un milímetro de espacio libre. Sus manos se fundían en mi cuerpo y mi piel ardía sobre el suyo. Desde enero, de 2020 he sido su presa, y a sabiendas del dolor entre sus dedos, me dejé llevar. Y me arrasó por dentro con un amor tan inmenso y tan hondo como el océano. Y como el océano, insondable, desconocido y peligroso. Amor tan real como el ansia y el hambre y la sed. Y sus abrazos me impedían pensar. Él, o la heroína más pura mezclada con mi sangre. Lo codiciaba, lo deseaba, mordía sus labios y sus hombros. Y reposaba mi alma sobre su cuerpo después de todas las descargas posibles. Quemaba. Quemaba. Y quema. Lo notaron todos. Puro fuego éramos. Somos. Pero fuera de los límites del sexo, yo debía ser suya. Lo notaron todos. Sus intenciones nobles, su actitud, torcida. O quizás torcido todo. Solo sé que mi pureza es suya, que mi aire es suyo, que mi ánimo no fluye sin él.Y reconoce su error, y suplica perdón, y quiere que borre los gritos, o el insulto que irrumpe y rompe, en la madrugada. Reconoce su cruel desconfianza. Pide perdón. Pide compasión. Y pide arder de nuevo sobre mí, dentro de mí. Porque sabe que soy fuego, una misma llama él y yo.
Dicen que los suicidas no avisan. No advierten. No anuncian. Quiero desterrar de mi mente cada recuerdo, todas las gotas de su olor que permanecen en mí, dentro de mí, y que me queman. Me queman. No sé cómo huir de la demencia de amar su voz. No sé cómo recuperar el equilibrio. No sé cómo lograr caminar sin llevarlo sobre mí, dentro de mí. Dime, Dios, cómo se hace para eliminar su sombra de mis caderas, y que no sea suyo este río en que se transforma mi voluntad, incontrolable río de deseo y amargura.
Enero me lo trajo. Es enero ahora. Y pronto febrero, y marzo, y abril. Y todas las decisiones erróneas que han matado mi esperanza, mis ganas de vivir, de seguir. Él, amor sencillo y puro, como yo lo soñaba. Yo, aferrada a un imposible, como al sostener su barco en la orilla, agarrándolo fuerte para que no lo arrastrara la marea.
Quiero despertar y volver a ser quien era, de raíz y sin dolor. Quiero despertar y comenzar de nuevo, otra vez, todo, desde el origen, de su mano, de su soñada mano hecha a mi medida, tal como yo quise que fuera, distinto a su naturaleza. No lo sé. Y no haber vivido ni un solo segundo de amargura.
Auxilio, amor, ayúdame.
Quiero despertar. O quizás, dormir para siempre.
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Este reencuentro con mi blog no está siendo nada literario. Pido disculpas a mis seguidores. Solo es una botella de oxígeno para poder respirar.
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