Del frío una no se recupera nunca, pensaba. Pero no es cierto. El frío desaparece bajo el agua templada.
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Confieso que he dejado que el miedo se abra paso y me toque. Incluso ha llegado a penetrar cada tejido, cada célula. Me ha llenado una y otra vez por dentro, y me ha dejado los días vacíos y las noches llenas de ruido.
El miedo se alimenta del dolor, navega en la sangre con las fauces abiertas.
Sólo el amor es capaz de asestarle un latido certero para matar al monstruo, para que no llegue a rozar siquiera la puerta del corazón.
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Es difícil respirar, a veces, a pesar de salir al aire libre y exhalar toda la vergüenza.
Me dijo que dijo que dijeron que no mantengo el equilibrio.
Una mujer como yo a merced de la tormenta, sin mantener su barco a salvo, que ha salido a navegar a pesar de la advertencia de los dioses siempre equilibrado.
Mujer como yo, terrenal y oceánica, imperfecta y loca. Sin equilibrio. Sin asidero. Con horror en las costillas. Con lágrimas para nadie. Una mujer como yo, con la cicatriz profunda del error más grave en el pecho: herida por la incertidumbre. Pero nunca culpable.
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