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Mostrando entradas de 2019

El erial que somos

María Zambrano en Claros del bosque ya escribió acerca de la sordera y la mudez circunstancial del corazón, que prefiere echarse a un lado para que la mente se ocupe en otros menesteres. Son ya muchos los intentos de sustraerme de las corrientes eléctricas. Intentos sin éxito, pues el calambre regresa y atraviesa la carne. No son visibles los efectos, todavía. Lo serán. Procuro mantener a salvo esta burbuja ignífuga en la que alimento a mis hijos, y a los suyos.   ***   Como una brizna de hierba, seguirte, estar en el aire que envuelve tu existencia.   ***   Un tobogán. Un altísimo tobogán, desde cuya parte más alta no es posible vislumbrar qué hay abajo, si agua o lodo, si piedras o abismo. Y el impulso de deslizar el cuerpo con sus deseos amarrados: tu imaginaria lengua en mis pechos, tus soñadas manos en mi vientre. Arrojar el cuerpo sin su mente, desanclado ya tu nombre del pensamiento, como muñeco viejo. Y caer en el abismo, o sobre piedras, o en lodo o al agu

Aire mejor

Impartir clase en el lugar donde se vive es un arma de doble de filo, siempre. Hay años en que todo va sobre ruedas, pero incluso en estos cursos donde todo es maravilloso y llueven regalos de fin de curso y flores, una se siente observada, cuestionada. Si además, servidora es conocida en el limitado territorio del pueblo propio por otras circunstancias (ser activista cultural, autora y Cartera Real de las navidades pasadas), la presión aumenta considerablemente. Ojos clavados en la cola de cualquier supermercado. Reproches en silencio al doblar la esquina. Sí, y también cariño. Pero a veces el dolor tapa las rendijas por donde debe entrar la luz. Y este curso que acaba de terminar, si se hace balance con total honestidad, ha sido horrendo, sí. A pesar de dejar el corazón, las manos, los brazos y las pestañas en el aula, hay ciertos momentos hostiles en que solo se notan los errores. La conciliación ha sido cuesta arriba. La maternidad doble, con los "lógicos" (y no tan l

Caída

Presentir la caída. El vértigo clavado entre las vértebras. Este frío y su profundidad, de nuevo. Y tanta perplejidad que me arrastra al principio, donde todo es tan oscuro como una vida sin ti. *** Encontró por fin el compañero del último calcetin desparejado. La vida en equilibrio se parece mucho a un cajón de la cómoda bien organizado, pensó. Al menos podía respirar de nuevo. La serpiente del estómago ya no estaba. Pero sí el dolor residual del mordisco permanente durante cinco años. Doblar la ropa recién recogida del tendedero. Oler las prendas de los niños y el aroma dulzón del suavizante. Los actos que la mantenían en orden y a salvo. Pero es inevitable el calambre: desde la azotea se ve el puente nuevo sobre la bahía, y todas las casas que bordean el paseo marítimo, y entre ellas, el lugar que era de los dos, en un hueco más vacío que nunca y que le duele en las costillas. La existencia sería quebradiza a partir de aquel día, después de aquella llamada. Debía asumir que

Surcos

A veces se malgasta la generosidad admirando a personas equivocadas. *** Estos días implacables cavan surcos en mi forma de mirarte. *** Y es que a lo mejor es cansancio, o madurez, no lo sé. La cuestión es que no siento esa necesidad de ser aceptada. No la siento, no. Porque cuando se está dentro, en las tripas del monstruo, se sabe, se conoce. Las cifras son las que son, y detrás de ese halo de prestigio falseado, detrás del sonido del aplauso de lata, está lo verdadero. No son nada. Y me aflige profundamente, me vacía por completo, entregar tanto por tan poco. Lo digo muchas veces: la poesía no es esto. Ni hay que confundir amistad con hambre. *** El otro día tuve mi trozo de felicidad literaria del mes. Me llamaron de un instituto para ofrecer una charla sobre poesía a más de cien alumnos. El encuentro es remunerado, por lo que la satisfacción es doble (no oculto que invierto estos regalos en mi propio proyecto editorial). Pero lo realmente genial es que ha sido otra

Utilidad

No conseguiré que me entiendan. Tampoco sé a estas alturas si realmente lo deseo. Hoy no he ido al café de media mañana para quedarme a solas y respirar. Es difícil no asfixiarse a veces en medio de las horas que se deben cumplir para ser una persona útil. La utilidad atraviesa y rompe el tejido frágil del ensueño. *** Sinestesia en los días sueltos de la existencia: colores, sabores. Una sensación conocida y predecible. Una emoción que sacude desde dentro. Cortan la hierba que rodea al viejo edificio donde a diario me consumo, y el aroma sube a saludarme. Briznas de esperanza regalada. *** El cansancio profundo se manifiesta como quiere. A veces es ternura. Otras, desasosiego. *** Desaparecer a tiempo es un lujo.

Tormenta dulce

Tiene su propio lenguaje el ensueño, sus propia atmósfera. Y es frágil como una mariposa que se posa sobre la mano pequeña de la infancia. Los tiempos perdidos permanecen en el aire solo en invierno. El frío los conserva para que brillen en el cielo limpio y nocturno. Saber mirar hacia arriba es un arte que se aprende con el tiempo, cuando se agotan el impulso y la inocencia. Alzar la vista, trascender la tierra, es cuestión de habilidad e instinto, como florecer. *** Hace apenas unos días tuve un pedestal prestado. Rara vez ocurre, pero las calles saben abrirse para mostrar el corazón. Los pasos distraídos ya no vuelven a serlo. Ya no hay esquinas indiferentes: las pocas que quedaban sin nombre ahora son más luminosas. Sabía que debía exponerme a la tormenta dulce. Me protegió la magia de cuarenta noches que llevaba en los ojos. *** La poesía también tiene sus lunes tristes.