Hay temporadas en la vida en que los días y sus noches adelantan al cuerpo propio. La sangre se acelera y descarrila. Se desbocan los latidos y no hay tiempo de llorar siquiera.
Cerrar los ojos. Respirar para que vuelva el equilibrio y así ahuyentar el vértigo.
Aovillarse en el regazo de la madre, y dormir hasta que vuelva el sol y la cordura.
***
Prefirió dejarse morir con esa tranquilidad de las estatuas: la pasión bajo la piedra.
***
No temo que me hieran. Temo cómo seré yo, después de la herida.
***
La niña me dice que sus amigos no están: han ido a un cumpleaños. Pero la niña está aquí, conmigo, sola. Y sus amigos, en un cumpleaños.
En sus ojos hay una sombra de dolor, fugacísima estrella, cometa en cuya cola arden los restos de la infancia: la suya y la mía.
Ella y yo íbamos a recitales de poesía. Le mostré libros y ella me contagió mucha alegría.
Entramos a trabajar juntas en aquel instituto. Y fue ella, también, la que me dio la noticia, estando yo en pleno viaje de novios.
Todo auguraba una gran experiencia. Reforzaríamos la amistad. Seríamos inseparables. La lealtad sería nuestra característica más envidiable. Ilusión a raudales.
Pero claro, mi temperamento, mi natural quizás más conflictivo o menos interesado, además de otros ingredientes que llevo conmigo a todas partes, viciaron la atmósfera.
Nada era lo mismo.
Y mucha soledad de más.
Desaparecí cuanto pude de aquellas paredes. Pero el abismo ya me había invadido por dentro. A ella también, y ahora ha desaparecido del todo.
Allí, en aquel agujero, siguen las mismas voces, pero son distintas las caras, los huesos bajo la ropa.
La poesía ha querido entrar, y han celebrado fiestas.
No estuve, nadie me invitó. Y créanme que no me importa. Allí no estuviste tú: esos que idean homenajes fraternos, y excluyen, están muy lejos de la poesía. ¿Verdad, C.?
Cerrar los ojos. Respirar para que vuelva el equilibrio y así ahuyentar el vértigo.
Aovillarse en el regazo de la madre, y dormir hasta que vuelva el sol y la cordura.
***
Temblaba. Solo intuir su sombra activaba resortes secretos.
Ella no había olvidado esa sensación de absoluta consciencia de su cuerpo entero: desde el nacimiento del cabello hasta los dedos de los pies lo sentía, desde dentro. Nadie al verlos, aquellos primeros años, fue capaz de distinguir un alma de la otra. Una sola luz. Un solo dolor.
Pero hizo un pacto muy sólido con la nada.Prefirió dejarse morir con esa tranquilidad de las estatuas: la pasión bajo la piedra.
***
No temo que me hieran. Temo cómo seré yo, después de la herida.
***
La niña me dice que sus amigos no están: han ido a un cumpleaños. Pero la niña está aquí, conmigo, sola. Y sus amigos, en un cumpleaños.
En sus ojos hay una sombra de dolor, fugacísima estrella, cometa en cuya cola arden los restos de la infancia: la suya y la mía.
Ella y yo íbamos a recitales de poesía. Le mostré libros y ella me contagió mucha alegría.
Entramos a trabajar juntas en aquel instituto. Y fue ella, también, la que me dio la noticia, estando yo en pleno viaje de novios.
Todo auguraba una gran experiencia. Reforzaríamos la amistad. Seríamos inseparables. La lealtad sería nuestra característica más envidiable. Ilusión a raudales.
Pero claro, mi temperamento, mi natural quizás más conflictivo o menos interesado, además de otros ingredientes que llevo conmigo a todas partes, viciaron la atmósfera.
Nada era lo mismo.
Y mucha soledad de más.
Desaparecí cuanto pude de aquellas paredes. Pero el abismo ya me había invadido por dentro. A ella también, y ahora ha desaparecido del todo.
Allí, en aquel agujero, siguen las mismas voces, pero son distintas las caras, los huesos bajo la ropa.
La poesía ha querido entrar, y han celebrado fiestas.
No estuve, nadie me invitó. Y créanme que no me importa. Allí no estuviste tú: esos que idean homenajes fraternos, y excluyen, están muy lejos de la poesía. ¿Verdad, C.?
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