Ha vuelto a suceder. Sísifo viene a visitarme algunas noches.
Todos duermen, y me inquieta verlo ahí, contraído y expectante, observándome mientras me desmaquillo los ojos. Él es un ser silencioso y de costumbres. Quisiera sostenerme y elevarme en peso superando la pendiente. Nunca lo permito. Pero me he acostumbrado a su presencia.
A través del espejo veo que sigue la trayectoria del disco de algodón en mi piel: ya lleva impregnado todo lo que he visto durante el día. Despojarse del rímel y de la memoria. Acto de contrición.
A veces se intuye en su rostro, tan desdibujado como el mío, un esbozo de sonrisa. Suele ser ese momento, el más íntimo, el que escoge para desaparecer.
......
La existencia tiene andenes y estaciones de paso.
Lo habías repetido muchas veces con la voluntad de convencerme.
Esa voluntad frágil de los creyentes cuando descubren la nada. La impostura, el fingimiento.
Para qué negarlo: solo tomar tu cara entre las manos calma el dolor crónico. Aferrarse a lo único conocido, a pesar de los espectros. Que los dedos no atraviesen la bruma y el llanto, otra vez.
Los andenes, las estaciones de paso, el viento y un grito de raíles. Atravesar el hambre definitiva o quizás vencerla.
......
Un instante concreto que no se recuerda, como la muerte o el nacimiento. Un instante sin nombre, un hueco en el tiempo, es ese en el que se olvida la piel del otro, o la propia. De forma abrupta, lejos del nido. Y ya en el suelo para siempre sin los brazos de la madre. Caminar a solas, porque se ha aprendido, y arrastrar miedo crónico en los pasos.
Todos duermen, y me inquieta verlo ahí, contraído y expectante, observándome mientras me desmaquillo los ojos. Él es un ser silencioso y de costumbres. Quisiera sostenerme y elevarme en peso superando la pendiente. Nunca lo permito. Pero me he acostumbrado a su presencia.
A través del espejo veo que sigue la trayectoria del disco de algodón en mi piel: ya lleva impregnado todo lo que he visto durante el día. Despojarse del rímel y de la memoria. Acto de contrición.
A veces se intuye en su rostro, tan desdibujado como el mío, un esbozo de sonrisa. Suele ser ese momento, el más íntimo, el que escoge para desaparecer.
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La existencia tiene andenes y estaciones de paso.
Lo habías repetido muchas veces con la voluntad de convencerme.
Esa voluntad frágil de los creyentes cuando descubren la nada. La impostura, el fingimiento.
Para qué negarlo: solo tomar tu cara entre las manos calma el dolor crónico. Aferrarse a lo único conocido, a pesar de los espectros. Que los dedos no atraviesen la bruma y el llanto, otra vez.
Los andenes, las estaciones de paso, el viento y un grito de raíles. Atravesar el hambre definitiva o quizás vencerla.
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Un instante concreto que no se recuerda, como la muerte o el nacimiento. Un instante sin nombre, un hueco en el tiempo, es ese en el que se olvida la piel del otro, o la propia. De forma abrupta, lejos del nido. Y ya en el suelo para siempre sin los brazos de la madre. Caminar a solas, porque se ha aprendido, y arrastrar miedo crónico en los pasos.
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