Me encargan reseñas, artículos, poemas, besos.
Y sigo inmersa en la misma nebulosa.
Es idéntico el aroma del cansancio y la ternura: huelen a colonia de bebé.
Ella es mi amiga (bueno, lo era antes de este grandísimo retraso en la entrega de su comentario), y es una de las poetas más salvajes que conozco. Certera, ágil, de palabras como balas, rápida e hiriente.
Me está fascinando el libro. Y ella me fascina.
La fascinación, sí. Me permito sentirla de vez en cuando. Y sienta bien.
Y sigo inmersa en la misma nebulosa.
Es idéntico el aroma del cansancio y la ternura: huelen a colonia de bebé.
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Tengo que entregar un comentario del libro Píldoras de Papel (Huerga & Fierro) de Ana Patricia Moya.Ella es mi amiga (bueno, lo era antes de este grandísimo retraso en la entrega de su comentario), y es una de las poetas más salvajes que conozco. Certera, ágil, de palabras como balas, rápida e hiriente.
Me está fascinando el libro. Y ella me fascina.
La fascinación, sí. Me permito sentirla de vez en cuando. Y sienta bien.
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Tengo una "antología". Pero no lo es. Son solo un puñado de poemas seleccionados por mi buen amigo Paco González Fuentes, que me admira y me quiere, y todavía no sé muy bien el motivo.
Siempre me inquieta que alguien me quiera porque sí, sin reservas. Lo necesito, pero me inquieta, aunque no hasta la incomodidad, sí lo suficiente para hacerme sentir culpable.
A lo mejor es que últimamente me siento culpable por todo.
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El purgatorio, de existir, debe parecerse al final de curso en un centro de enseñanza secundaria de un barrio marginal. Seguro.
No se me permite hablar de nada que tenga que ver con él en redes sociales, blogs, o cualquier lugar público en el que un vómito cerebral pueda resultar molesto.
Un vómito cerebral siempre molesta. Como una pintada en un muro.
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Hace muchos años que nos declaramos enemistad. Dolió en su día.
Aquel que dijo que yo dije que el otro iba diciendo que dijiste que dije yo.
Muchas llamadas perdidas. Y silencio a litros.
Muchos años. Seis o siete ya. Perdí la cuenta. Antes sí enumeraba las semanas, y los meses.
Es cierto que las caras se olvidan, profundamente. No importan las fotografías.
Las caras se olvidan, se borran. Y las voces.
Quizás es una de las muertes más tangibles. Desaparecer, incluso, del olvido.
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Tengo hijos. Dos.
No hay vuelta atrás en esta circunstancia. Ni quiero que la haya.
Dos niños. Y no he tenido tiempo para asumir que ya no soy la niña yo.
Quizás a los ojos les cuesta adaptarse a tanta velocidad.
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